Nunca una comunidad rural estuvo tan unida como esos días en Boayase. La semana que siguió a los primeros brotes de agua de la tierra, reunió en la zona de la instalación de la fuente, a mujeres y niños de todas las casas. Todas las garrafas se llenaban cada día para disfrutar de la ansiada agua, tan necesaria en Boayase. Las mujeres, sentadas, filtraban manualmente el agua para su consumo, a la espera de la instalación de la depuradora. El 2 de mayo, tras la pre-instalación del tanque de almacenaje, y de la propia depuradora, los vecinos de la comunidad comenzaron a saciar su sed como hacía meses que no podían. El ambiente, siempre árido y con olor a tierra y a polvo, parecía humedecerse por momentos, a pesar de no estar en la época de los monzones. Y es que en Boayase nunca existió el término medio en la temperatura ni en la humedad. La larga temporada de sequía, con la consiguiente desaparición del agua de los ríos, podía dar paso a las inundaciones provocadas por los monzones. Y aunque este fenómeno meteorológico había existido en Boayase desde que la persona más longeva de la comunidad recordase, con el cambio climático se había acentuado. Más sequía y más lluvia. Más extremo. Al atardecer, mientras los trabajadores recogían las herramientas con las que habían cimentado la base para el almacenamiento del tanque, la abuela Beth se había sentado con los mellizos, Sule y Jasira a contarles una historia, precisamente un día en el que el monzón estaba en su máximo esplendor. - Os voy a contar una historia que sucedió hace muchos años, tantos casi como recuerda mi memoria- les empezó a narrar la abuela Beth a los niños. - ¿Qué pasó abuela?- preguntó Jasira, siempre tan curiosa. - Cuando yo era pequeña, y apenas había niños en la aldea, recuerdo que una tarde, al acabar las clases, mis padres me vinieron a recoger a la escuela para llevarme rápido a una casa-refugio. -¿Que es una casa-refugio?- preguntó de nuevo Jasira - Una casa en la que nos resguardábamos los más pequeños en las épocas de monzones, cuando las fuertes lluvias podían incluso tumbar las casas. Los mayores, y sobre todo los hombres, recogían palos y cualquier material que tuvieran a mano para anclar bien las casas, hacer topes para que no se destruyeran. Aún así, por nuestra seguridad, a los niños nos llevaban a una casa que habían construido en un punto donde los vientos eran más calmados y los árboles frenaban las lluvias. - ¡Yo no recuerdo nada así!- exclamó Sule - Vosotros no habéis vivido ningún día tan malo, a pesar de que los monzones han ido a peor, pero en general llueve más tiempo pero no de forma tan brusca. A vuestros padres siempre les ha dado tiempo a reforzar la casa y por ahora, en los últimos años no ha pasado nada malo. Pero aquel día que os estoy contando, nunca ví tanta agua caer, ni el viento soplar tan fuerte. Tuve mucho miedo. Los mellizos se acercaron a abrazar a su abuela, que con tanta dulzura les narraba la historia. - ¿Y qué pasó?- preguntó Sule, expectante por saber el final de la historia. - Recuerdo que me acerqué a dos compañeros del colegio, que también estaban en el refugio, para no estar sola. Os he contado que éramos pocos niños porque mis padres, vuestros bisabuelos, fueron de los pocos que sobrevivieron a una enfermedad que exterminó a dos terceras partes de Boayase. Le llamaban el virus de Marburgo y dejó a Boayase con muy poca población. Bueno pues estos compañeros, cuyos padres también habían sobrevivido, tenían casi tanto miedo como yo, y como forma de olvidarnos de lo que estaba pasando fuera, empezamos a inventar historias. Pero no cualquier historia, sino deseos que queríamos que pasaran y que contábamos como si ya hubieran sucedido. Mi historia fue la construcción de un pozo aquí, en la aldea. - ¿Un pozo como el que están construyendo ahora?- preguntaron a la vez los mellizos, que se miraban atónitos. - ¡Si!- yo imaginé este día, y lo convertí en una historia. Los monzones continuaban pero ya no nos ponían en peligro, la sequía continuaba y los ríos se secaban. La comunidad crecía y yo creaba mi propia familia. Aún no sabía que uno de esos compañeros, con el que había compartido mi historia, sería mi marido, vuestro abuelo. Soñé para olvidar que una fuerza exterior conseguía el dinero y los recursos para construir un pozo. ¡Pero lo que es más importante! Soñé que había agua esperándonos bajo la tierra, y ahora está ya aquí.
- ¡Es increíble abuela!- exclamó Jasira - Espero que el cuento os sirva para tener siempre esperanza, por muy difícil que sea todo. El pozo será una realidad muy pronto y nunca antes lo habríamos imaginado. Soñad grande y se cumplirá. Pero no dejéis de esforzaros. - Así haremos abuela- dijeron sus nietos al unísono. Sule y Jasira se acostaron pronto, contentos, pensativos y soñadores, cada uno con sus ideas en la cabeza. ¡Ojalá pronto se hicieran realidad!
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Autores- Elena Marticorena (responsable de #equipocomunicación de #bonwe. Archivos
Junio 2023
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